domingo, 22 de mayo de 2016

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Esta noche tuve un sueño que invadió mi cuerpo al despertar: era una sensación de cualidades deliciosamente agradables. Rozaba la paz interior reflejada en el mundo:

Qué bonito fue encontrarte ese día: tu media sonrisa iluminó aquella tarde. Era increíble que ese momento no tuviera nada que envidiarle a la belleza que desprenden las estrellas cuando hay luna nueva. No tenía nada que envidiarle a un exótico amanecer de particularidades rojizas y hermosas.
En el fondo no soy tan pastelosa, lo juro, pero reconozco que tu sonrisa de aquel día podría haber sido la inspiración de cualquier pitonisa, de cualquier pintor, de cualquier artista. Eras la melodía de una guitarra clásica, el sabor de una cerveza en una tarde de verano, el olor a mar, belleza para la mirada. Y labios suaves...

Hace un tiempo me dijeron que nunca soñamos con alguien que no hayamos visto jamás. Incluso de forma inconscinte: alguien que te cruzas en el metro, o se sienta detrás de ti en la cafetería. Por eso tanto ímpetu en volver a ver esa sonrisa, y quién está detrás de ella. Creo que esto se trata de un enigma más de la vida. Aunque parezca una locura, resultaría realmente increíble soñar con una persona antes de conocerla realmente. Mi curiosidad nace ante lo que nunca he vivido, ¿Cómo te haría sentir una cosa de tal calibre?
Puede ser magnífico, ¿verdad?

No estaría mal recordar donde vi aquella sonrisa. De verdad que no.




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