domingo, 25 de junio de 2017

Serpiente traicionera. Reptas hacia mi y te enzarzas en una batalla que no es la mía en lo que dura un pestañeo.

Vendes paz y la das y gozas con hacerlo, pero luego cambian las tornas y lo llenas todo de veneno.

¿Por qué? No soy yo quien te ha hecho daño. No soy yo la que te ha cerrado las puertas de nada. No soy yo la culpable de tus estados de ánimo, y aún así, parece que es mi persona quien mete la pata siempre.

No tiene sentido. Contigo a veces nada lo tiene.

Y es cuando olvido tu mirada, tus labios, tu dulzura, y ya no queda nada. El amor se retrae y condensa para quedarse en un rincón por si esta vez se librara de ser atacado. Por si por un milagro este no resultara dañado.

En vano lo intento porque cada vez parece que me quieras menos, y luego parece que haya sido un simple olvido y vienes con una flor entre tus manos para enredarla en mis cabellos.

Y ese instante se llena de luz clara y suave, como si fuera un recuerdo en bucle y congelado.

Y cada vez se congela más.

Y cada vez me quiero un poco menos.

Y cada vez la vida se queda sin más sentido que el de caer hacia lo más profundo del subsuelo, para enterrarme y echar raices en otro tiempo.

Y quien creí que era un salvador, era un espejismo. Nacimos y morimos solos, al fin y al cabo.

miércoles, 14 de junio de 2017

El paso del tiempo no tiene sentido.
Vamos hacia adelante a toda marcha,
y nadie sabe ni porque ni para qué.
Que absurda es la vida.

Hoy me pinto los labios,
porque he perdido la esperanza.
Y ya no hay colores en mi vida
ni escondites, ni danzas,
ni gritos, ni penurias.
Todo se ahoga en la nada.

La nada de la que se disfrazan mis palabras, que son más de las sombras que de mis labios.
Y firman siempre con la última oración que me dejó sin aliento:

Me marcho para no volver.

Y yo pequeña y de cristal, cayendo para romper con lo que fui, lo que soy, lo que podría haber sido.

viernes, 2 de junio de 2017

Café en una mañana encapotada.

Pestañeé.
Mirando la taza y su contenido,
como esperando cualquier cosa de ella.
Permanecía quieta, humeante. Impasible a mi presencia. 

De repente, la cosa más ardiente parecía la más helada: hielo en forma de desdén.
Es curioso como el tiempo y la propia vida cambia la percepción de todo lo que nos rodea.
Como lo inanimado parece convertirse en un espejo del alma.

Casi parece que la forma en la que ves el mundo habla más por si sola que las palabras y los gestos.

Me percaté de que hacía demasiado tiempo que no sonreía de verdad.
De que ya no bailaba cuando nadie estaba en casa, que no contaba a plena voz en cada ducha.
De que la vida me pesa y sobrevivir es una misión del día a día.

Permanecí callada, pensativa. Desalentada.
Removiendo el café por si así cobraba vida y dejaba de ser un reflejo,
como si se pudiera desprenderse de todo lo anterior
al primer sorbo.