viernes, 2 de junio de 2017

Café en una mañana encapotada.

Pestañeé.
Mirando la taza y su contenido,
como esperando cualquier cosa de ella.
Permanecía quieta, humeante. Impasible a mi presencia. 

De repente, la cosa más ardiente parecía la más helada: hielo en forma de desdén.
Es curioso como el tiempo y la propia vida cambia la percepción de todo lo que nos rodea.
Como lo inanimado parece convertirse en un espejo del alma.

Casi parece que la forma en la que ves el mundo habla más por si sola que las palabras y los gestos.

Me percaté de que hacía demasiado tiempo que no sonreía de verdad.
De que ya no bailaba cuando nadie estaba en casa, que no contaba a plena voz en cada ducha.
De que la vida me pesa y sobrevivir es una misión del día a día.

Permanecí callada, pensativa. Desalentada.
Removiendo el café por si así cobraba vida y dejaba de ser un reflejo,
como si se pudiera desprenderse de todo lo anterior
al primer sorbo.

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