Quiero que al bajar la mirada comprendas, y sientas el
dolor: ese mismo dolor que provocaste en mi mirada rota aquella tarde. Quiero
que llegues a sentir como se rompe el alma de cero a cien en lo que duran unas
cuantas palabras. En un maldito instante que va certero a las grietas del
corazón, que saben bien donde dar para destruir.
Ese instante se asemeja a una gota salada que sale disparada
al romper la ola contra la roca: lo último que se aprecia de esa trasparente
esfera es un rayo de sol atravesándola en su totalidad, convirtiendo un último
suspiro en un momento lleno de matices dorados y deslumbrantes. Es casi como un
acto de liberación: la paz que arremete contra su propio cuerpo seguido de un final
desconocido que la hace desaparecer. En mi caso fue un poco de todo: una parte
de mi se liberó y se fue lejos. Y yo la perdí, volviendo al caótico mar sola y
perdida.
Te perdí a ti, y también me perdí a mí: tras la colisión los
restos que quedaron regresaron al océano, perdiéndose en una espiral de
corrientes furiosas y carentes de piedad, como caer de bruces contra el asfalto
en una tarde cálida de otoño. Lo único que hice es recoger los pedacitos de corazón y alma
mía que hallé por error de camino a casa para depositarlos cuidadosamente en
una botella de cristal. Dentro dejé una nota: ‘'Quien sepa arreglar este desastre, se merece el cielo’’. Me
pregunto quién se encontraría ese mensaje tan desolador.
Prefiero mil veces renacer a tener que arreglar el
estropicio que tú hiciste conmigo.
Prefiero olvidar mis manos sujetando con desesperación unas piernas
dobladas en un inútil intento de no descomponerme. Prefiero que mis ojos
olviden todo lo que tuvieron que sangrar. Prefiero que mis pulmones no
recuerden esa lucha por respirar.
Prefiero morir por esto a vivir con ello. Renacer es mi
elección.
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