No me hables de sentencias cuando tengo bien claro de que se trata. Cuando mi cordura es quien se angustia ante el abrumante equipaje que llevo a todas partes: a rastras. Por las noches todo es peor: un cúmulo de imágenes atraviesan el alma y ya no llevo la coraza, justo atacan cuando desarmo la muralla. Y vuelvo a tener ese endeble augurio de que ni en tus brazos hallaré consuelo: porque soy yo la única quien arremete en la batalla contra unos fantasmas que dicen ser los míos, y tengo las de perder.
Pero aún llevo la máscara, ¿sabes? Tengo una oportunidad entre un millón. Y todo es justo como aquella vez que sentí la brisa desde el borde de un acantilado. Recuerdo perfectamente aquel día, la sensación de encontrarse a un escaso centímetro de un abismo real: dejas caer la vista y observas hasta que punto el mar puede presentarse como algo feroz y aterrador. Resulta inconcebible el contraste de este estado con el cielo tan pacífico de aquel día. Hallé en ello un matiz sobrecogedor y agradable.
Ese día simplemente le di la espalda al océano y regresé a casa. Pero hoy no puedo volver a mi hogar.. Y sólo quiero que el viento me lleve muy lejos: puedo dejarme perfectamente llevar por eso. Y no me costaría esfuerzo alguno. Deleitarse con el sentimiento de liberación, derretirse en él. Ser ceniza de ave fénix.
Aún llevo la máscara, y tengo una oportunidad entre un millón. Dispuestos a apostar, que cada uno apueste por uno mismo: es la única forma en la que concibo la manera de permanecer viva, por dentro y por fuera.
Ojalá algún día puedas deshacerte de esa mascara, como lo hiciste de la coraza. Muy buen escrito, interesante y profunda reflexión, seguramente hagas que muchas personas se sientas identificadas con tus palabras, como lo has hecho conmigo. Desde hoy te sigo y seguiré leyendote!
ResponderEliminarPor otra parte, también te invito a que te pases por mi blog literario, te deseo una visita agradable! Un abrazo!
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