... Y quiero ser sin llegar a serlo, y pensar sin reconocer
creer en ello.
Y estar en tus brazos una y otra vez. Y morir para que al
día siguiente no vuelvas a estar junto a mí. Y mentirme diciéndote que es lo
que quiero.
Pero no. No más. Nunca más.
Bueno,… solamente unas tres millones de veces más. Así algún
día tal vez no me duela decirte que te quedes, que me siento rota y encender la
ilusión de la plenitud en la fortaleza de tus brazos y creer que todo va
a salir bien por un instante, aunque al despertar y fundirme en la rutina
vuelva a ser todo como antes: la realidad de una alma partida en pedazos.
Y no me queda otra cosa que seguir aumentando la montaña de
mentiras mientras me digo a mi misma que esto es normal, que estar rota es la
manera de estar completa (que estar rota
es la nueva forma de sentirse llena) , o que se puede (es posible) estar completa
sólo con un pedacito de alma.
Y mis ojos brillan al mirar la luna. Y ella me devuelve la mirada. Una mirada intensa y
llena de carga, como si susurrara: ‘’soy testigo helado de todo lo que sucede,
y juez de todos tus malos actos’’. Como una mirada paternal que lo recrimina
todo sin saber el motivo verdadero.
Ojalá todo fuera tan fácil como respirar.
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