El universo se comprime de forma introspectiva y lenta,
olvidándose del resto del mundo hasta que solo haya espacio para dos personas.
Casi grácilmente, el terremoto y la paz arremeten contra la línea temporal, haciéndola
caer en el olvido: reduciéndola a
banalidad.
Me preguntas qué es la vida, su sentido, yo sólo sonrío.
¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntale a los sabios, a los que han vivido mil
vidas sin tiempo a desconectar desde el aprecio. Esa gente serena y madura que vive
a línea fija: cada uno te responderá su punto de ver, desde sus conocimientos. Y
caerás en las dudas al hallar inclusive antónimos radicales que te hagan dudar
de la existencia del orden que hay que escoger para andar de forma recta hacia
la meta.
Te quedarás algo parecido a extrañado, sin sabor en boca.
Entonces yo te diré que para qué pensar, para qué intentarlo. Insistirás, y yo
sólo podré responder que en este momento para mí sólo existimos nosotros dos, y
¿lo demás? Lo demás viene después.
Casi llego a imaginarte con una media sonrisa, bajando la
mirada.
Continuaré hablando y a fuerza de imaginación casi te
confesaré que la vida es de particularidades sinónimas de azar: puedes creer en
el destino o puedes no creer, celebrar el libre albedrio o negarlo, decir que
está escrita en cualquier parte o que somos animales destinados al mismo bucle
que se repite hasta la saciedad. Sea lo
que sea, lo único que puedo afirmar es que el mañana es un desconocido para
todos.
Y lo único de lo que estoy segura es que ahora estás aquí, y
es suficiente para mí.
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