Noches de luna decreciente,
como amores pasados,
que se destinan cruelmente
y casi descompasados,
al propio destino de la muerte.
La muerte del alma
que se cernía sobre el cielo,
buscando la grácil calma
desecha a desconsuelo.
Y el todo no le basta.
A silencios destruida
y caída en gracias falsas
busca en miles de salidas
la liberación de palabras
que quedaron sin vida.
Y se desliza por inercia
a enrevesados sueños,
sintiéndose siempre vacía,
y entre un millón de cuentos
casi llegó a pensar que huiría.
Pronto recuperó el aliento
para suspirar con desdicha,
¿Cuándo llegará el momento?
Se pregunta por si alivia
y arremete contra el fuego.
Con los dedos suele contar
cuántas veces ha perdido,
y se pierde sólo por pensar
entre el futuro y lo vivido
y se corta en balances de cristal.
Pierde un millón de batallas,
gana muchas veces soledad.
A veces casi pierde el alma
por no poder parar de pensar
entre la tempestad.
Y aquí se le acaba
el aliento y la vida.
Se va sin poder hablar,
sin gritar que quizás podría,
que quizás volvería.
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