Pero era algo más: era el roce de nuestros pies, un beso en la frente, una caricia, una respiración relajada,... armonía. La armonía de nuestros cuerpos, entrelazados, dormidos. Y sin un por qué me abrazaba más, acercándome a su pecho y acurrucándome entre sus brazos. Podía llegar a sentir sus sentimientos, y los míos.
Nunca habíamos hablado sobre qué había entre ambos, y esa era la razón por la cual aquel momento era tan bonito. No hacían falta palabras, definiciones, acuerdos, reglas, explicaciones, códigos, pautas,... y eso me hizo sentir libre y llena de dicha: No nos hacía falta hablar para entendernos, para apreciar ese momento compartido, para expresar sin palabras lo que llevamos dentro.
Pero aparentemente sólo éramos dos personas más. Sólo dos personas más.