martes, 16 de agosto de 2016

Una pequeña historia

Besos desacompasados y promesas de sal: dulce mentira fugaz. Y, ¿quién fui yo para negarme? Preso estaba el no, y la llave en el trasfondo de tu sonrisa: la que me acabé por resolver.

Tristes noches las tuyas, esas que llenabas de soledad hiriente y lágrimas de cocodrilo. Siempre lamentándote, siempre relamiendote las heridas. Aunque al salir a la calle allí estaba tu fiel sonrisa esperándote, y ahí es cuando yo te veía.

Te tendía una mano y recorrimos el mar, la arena, el tiempo, de aquí para allá. Siempre tan perfecto, siempre tan vivo, siempre la vida de color azul y olor a cielos de cuento.

Pronto atisbé en tu mirada el sentimiento reacio a seguir más adelante de aquella playa, empequeñeciendote el mundo, alzando muros en tu castillo de arena.

Yo sobrepasaba esas murallas de mar  y al girarme te miraba extrañada, ¿cómo alguien como tú podía estar tan preso de si mismo? Y daba un paso hacia atrás e intentaba arrastrarte conmigo, y en vano forcejeaba contra algo inmóvil. Era cuando más te asemejabas a una estatua sin vida, a una máscara sonriente que escondía un sinfín de nada y más nada.

Me rendía y me sentaba a tu lado, en silencio, y parecías volver a ser feliz.

Me di cuenta de la diferencia de ser y parecer: y tu no eras. Aunque lo fuiste, y por eso te quedabas inmóvil en zonas donde realmente la felicidad te inundó el corazón y te colmó de vida. Y creías poder estar en pausa eternamente, e incluso creías conseguirlo.

Que engaño tan cruel el tuyo: mentirse a uno mismo. Que cárcel tan profunda.

Decidiste vivir la mentira, y yo decidí buscar la verdad en otra parte del mundo.

Y así acabo el misterio de tu sonrisa: comprendí que no se puede salvar a quien no quiere ser salvado, que no se puede amar a quien no puede amarse a si mismo, que vivir de recuerdos buenos siempre atrae a las sombras y al pesar.

Y es que, él no sabía que vivir en el pasado te deshace, por siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario