martes, 26 de julio de 2016

Sendas a la Vida.

Miles de noches escribí largas cartas a la luna acrecentando la proclamación de deseos mundanos que pecaban siempre de ser efímeros, que transgedían leyes impuestas de condición humana y a la vez daban en el clavo: nuestra doble naturaleza.

Hoy ya no me siento capaz, no cuando la vida te enseña el valor de lo que no podemos tocar, lo que no podemos poseer: una sonrisa a media luz de luna, un parpadeo de verano reflejo de la sencillez cálida. Una caricia sincera.

Me rompías y arreglabas a la par, y tarde comprendí que ningún ser alberga esas dos cualidades: perteneces a un bando o a otro. Eres el hielo o el fuego, pero nunca ambos al mismo tiempo, ni en la misma vida si me atrevo a aventurar.

Destruí todas mis palabras de reclusión por promesas de libertad, mezclado con un adiós de mis labios. Todo ello fruto de mi inocencia y tu perversidad.

En vano me guíe por instintos que antaño me llevaron por tus caminos, y me repugnaba el olor de aquellas flores y los amaneceres desolados. ¿Cómo encontrar otro horizonte si no había destruido aquella parte de mi? Esa que me condujo hacia tus dedos entrelazados entre mis cabellos y promesas que eran sal a mis heridas.

Cambiar. Había que cambiar.

No cambiar y llegar a ser quien era antes. No cambiar simples gestos ni palabras.

Más que cambiar, renacer. Muy lejos de tus garras, muy lejos de la maldad que habita en este mundo.

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