lunes, 23 de mayo de 2016

Como nueva.

Quiero que al bajar la mirada comprendas, y sientas el dolor: ese mismo dolor que provocaste en mi mirada rota aquella tarde. Quiero que llegues a sentir como se rompe el alma de cero a cien en lo que duran unas cuantas palabras. En un maldito instante que va certero a las grietas del corazón, que saben bien donde dar para destruir.  

Ese instante se asemeja a una gota salada que sale disparada al romper la ola contra la roca: lo último que se aprecia de esa trasparente esfera es un rayo de sol atravesándola en su totalidad, convirtiendo un último suspiro en un momento lleno de matices dorados y deslumbrantes. Es casi como un acto de liberación: la paz que arremete contra su propio cuerpo seguido de un final desconocido que la hace desaparecer. En mi caso fue un poco de todo: una parte de mi se liberó y se fue lejos. Y yo la perdí, volviendo al caótico mar sola y perdida.

Te perdí a ti, y también me perdí a mí: tras la colisión los restos que quedaron regresaron al océano, perdiéndose en una espiral de corrientes furiosas y carentes de piedad, como caer de bruces contra el asfalto en una tarde cálida de otoño. Lo único que hice es recoger los pedacitos de corazón y alma mía que hallé por error de camino a casa para depositarlos cuidadosamente en una botella de cristal. Dentro dejé una nota: ‘'Quien sepa arreglar este desastre, se merece el cielo’’. Me pregunto quién se encontraría ese mensaje tan desolador.

Prefiero mil veces renacer a tener que arreglar el estropicio que tú hiciste conmigo.

Prefiero olvidar mis manos sujetando con desesperación unas piernas dobladas en un inútil intento de no descomponerme. Prefiero que mis ojos olviden todo lo que tuvieron que sangrar. Prefiero que mis pulmones no recuerden esa lucha por respirar.


Prefiero morir por esto a vivir con ello. Renacer es mi elección.

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